martes, 23 de agosto de 2011

seis personas


Aqui les dejo el texto referido a la última consigna. Gabriel.

SEIS PERSONAS

PRIMERA SINGULAR

Fue una tarde de verano. Los hombres, contratados por mi padre, trabajaban en la vereda de la casa, eran tres; recuerdo el sudor corriéndoles por la cara, y las camisas empapadas. Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Yo jugaba con la arena que el camión había volcado sobre la vereda y la calle, quería hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió a mi viejo pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, brillaba. Entré a la casa y busqué en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: “Platinum Plus” usaba mi viejo. Lo fui a buscar y le conté. “Vamos”, me dijo. La panza me hacía cosquillas cuando salimos a la calle y tuve que señalarlo al del pastón estirando el dedo, delante de todos. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas me miró, supe que tenía los ojos negros y que se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

A partir de ese día no pude parar. Esa primera vez creí estar haciéndole un favor a mi viejo, ya no más; ahora, ando estirando el dedo siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

SEGUNDA SINGULAR

Fue una tarde de verano. Los hombres, contratados por tu viejo, trabajaban en la vereda de la casa, eran tres; ¿te acordás del sudor corriéndoles por la cara, y de las camisas empapadas? Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Vos jugabas con la arena que el camión había volcado sobre la calle y en la vereda, querías hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió a tu viejo pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, te hizo brillar los ojos. Entraste a la casa y buscaste enceguecido en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo; girando una perilla en la base del mango, se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: “Platinum Plus” usaba tu viejo. Lo fuiste a buscar y le contaste. “Vamos”, te dijo. La panza te hacía cosquillas cuando saliste a la calle y lo señalaste al del pastón estirando el dedo, delante de todos. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas te miró, tenía los ojos negros y se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

A partir de ese día ya no paraste. Esa primera vez creíste estar haciéndole un favor a tu viejo; ahora, andás estirando el dedo siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

TERCERA SINGULAR

Fue una tarde de verano. Los hombres, trabajaban en la vereda de la casa, eran tres; el sudor les corría por la cara, y tenían las camisas empapadas. Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. El pibe jugaba con la arena que el camión había volcado sobre la calle y la vereda, quería hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió al dueño de casa pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, brilló en los ojos del pibe que entró a la casa y se puso buscar en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: la “Platinum Plus” que usaba su padre. Lo fue a buscar y le contó. “Vamos”, le dijo. La panza le hacía cosquillas cuando salió a la calle y tuvo que señalarlo al del pastón estirando el dedo, delante de todos. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas se dignó mirar al muchacho, tenía los ojos negros y se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

Esa vez creyó estar haciéndole un favor a su padre. A partir de ese día ya no pudo parar; ahora, anda estirando el dedo siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

PRIMERA PLURAL

Fue una tarde de verano. Los hombres, que el viejo contrató, trabajaban en la vereda, eran tres; ¿te acordás del sudor corriéndoles por la cara, y las camisas empapadas? Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el arrodillado les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Nosotros jugábamos con la arena que el camión había volcado sobre la calle y la vereda, queríamos hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió al viejo pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, brillaba. Entramos a la casa y buscamos en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: “Platinum Plus” usaba el viejo...¿te acordás? Lo fuimos a buscar y le contamos. “Vamos”, nos dijo. La panza nos hacía cosquillas cuando salimos a la calle y tuvimos que señalarlo al del pastón estirando juntos los dedos, delante de todos, para darnos valor. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas nos miró, tenía los ojos negros y nos sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

A partir de ese día no pudimos parar. Esa primera vez creíamos estar haciéndole un favor al viejo, ya no más; ahora, cada uno por su lado anda estirando los dedos siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

SEGUNDA PLURAL

Fue una tarde de verano. Los hombres, contratados por su padre, trabajaban en la vereda de la casa, eran tres; ¿recuerdan el sudor corriéndoles por la cara, y las camisas empapadas? Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Ustedes jugaban con la arena que el camión había volcado sobre la vereda y la calle, querían hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, pidió pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, les hizo brillar los ojos. Entraron enceguecidos a la casa y buscaron en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: las “Platinum Plus” que eran las que usaba su padre. Lo fueron a buscar y le contaron “Vamos”, les dijo. La panza les hacía cosquillas cuando salieron a la calle y tuvieron que señalarlo al del pastón estirando los dedos, delante de todos. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas los miró; tenía los ojos negros y se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

A partir de ese día ya no pudieron parar. Esa primera vez creyeron estar haciéndole un favor a su padre, ya no más; ahora, andan estirando los dedos siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

TERCERA PLURAL

Fue una tarde de verano. Los hombres, trabajaban en la vereda de la casa, el sudor les corría por la cara, tenían las camisas empapadas. Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Dos pibes jugaban con la arena que el camión había volcado sobre la calle y la vereda, querían hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió al dueño de casa pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, brillaba. Los pibes vieron el destello, entraron a la casa y buscaron enceguecidos en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: la “Platinum Plus” que era de las que usaba el padre. Lo fueron a buscar y le contaron. “Vamos”, les dijo. La panza les hacía cosquillas cuando salieron a la calle y tuvieron que señalarlo al del pastón estirando juntos los dedos, delante de todos, para darse valor. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El peón apenas los miró, tenía los ojos negros y se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol.

A partir de ese día no pudieron parar. Esa primera vez creyeron estar haciéndole un favor al padre, ya no más; ahora, cada uno por su lado, andan estirando los dedos siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.


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