viernes, 28 de octubre de 2011

Taller del 26 de Octubre


Bajo el link del cuento "Los Donguis" de Juan Rodolfo Wilcock para el próximo encuentro:


Ademas pego un par de cuentos muy cortos del mismo autor:

Los amantes
[Cuento. Texto completo]

Juan Rodolfo Wilcock

Harux y Harix han decidido no levantarse más de la cama: se aman locamente, y no pueden alejarse el uno del otro más de sesenta, setenta centímetros. Así que lo mejor es quedarse en la cama, lejos de los llamados del mundo. Está todavía el teléfono, en la mesa de luz, que a veces suena interrumpiendo sus abrazos: son los parientes que llaman para saber si todo anda bien. Pero también estas llamadas telefónicas familiares se hacen cada vez más raras y lacónicas. Los amantes se levantan solamente para ir al baño, y no siempre; la cama está toda desarreglada, las sábanas gastadas, pero ellos no se dan cuenta, cada uno inmerso en la ola azul de los ojos del otro, sus miembros místicamente entrelazados.

La primera semana se alimentaron de galletitas, de las que se habían provisto abundantemente. Como se terminaron las galletitas, ahora se comen entre ellos. Anestesiados por el deseo, se arrancan grandes pedazos de carne con los dientes, entre dos besos se devoran la nariz o el dedo meñique, se beben el uno al otro la sangre; después, saciados, hacen de nuevo el amor, como pueden, y se duermen para volver a comenzar cuando despiertan. Han perdido la cuenta de los días y de las horas. No son lindos de ver, eso es cierto, ensangrentados, descuartizados, pegajosos; pero su amor está más allá de las convenciones.

FIN




Capitán Luiso Ferrauto
[Cuento. Texto completo]

Juan Rodolfo Wilcock

Una vez al año, en primavera, el capitán Luiso Ferrauto cambia de piel; de la piel vieja emerge lustroso y rosado como un recién nacido, pero al cabo de unas horas la piel nueva recobra su color normal, que es aceitunado, y también el pelo, que se ha desprendido junto con la piel del cráneo, vuelve a crecer rápidamente, como corresponde a un oficial de la Seguridad Pública. Su mujer, unida a él por un amor inusitado en estos tiempos, suele guardar estas pieles usadas de su marido y rellenarlas de goma espuma color carne, para hacer así un muñeco bastante presentable, bien cosido y armado, con su uniforme puesto. Ya tiene unos quince, en el garaje: todos oficiales de policía, tan parecidos a su marido que da gusto verlos a todos juntos, tan dignos, tan rectos, tan inalcanzables por la corrupción. La señora hizo instalar un equipo estéreo en el garaje y cuando el capitán está de servicio fuera de casa, la mujer baja para hacerles escuchar a sus ex maridos las mejores páginas de la lírica mundial. Absortos, como embelesados, los quince policías escuchan inmóviles la muerte de Desdémona, el merecido asesinato de Scarpia, la disputa fatal entre Carmen y Don José, delitos todos que exigen el arresto inmediato del culpable, hechos de sangre y de violencia como tantas veces han visto a lo largo de su carrera. Puesto que los muñecos de piel policíaca son producidos a razón de uno por año y cada uno es de edad más avanzada que el anterior, presentan esta insólita característica: que el más joven de los quince es el más viejo de los quince.

FIN


jueves, 13 de octubre de 2011

EL VIERNES 14 DE OCTUBRE

Iré a la lectura. Les aviso que quizá seleccione otros textos cortos. Pero igual, los pongo antes en el blog para que me conteste Julio y ustedes que les parece.
Cris

lunes, 3 de octubre de 2011

Insomnio. .

De fierro,
de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche,
para que no la revienten y la desfondenlas muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,
las duras cosas que insoportablemente la pueblan.

Mi cuerpo ha fatigado los niveles, las temperaturas, las luces:
en vagones de largo ferrocarril,
en un banquete de hombres que se aborrecen,
en el filo mellado de los suburbios,
en una quinta calurosa de estatuas húmedas,
en la noche repleta donde abundan el caballo y el hombre.

El universo de esta noche tiene la vastedad
del olvido y la precisión de la fiebre.
En vano quiero distraerme del cuerpo y del desvelo
de un espejo incesanteque lo prodiga
y que lo acecha y de la casa que repite sus patios
y del mundo que sigue hasta un despedazado arrabal
de callejones donde el viento se cansa y de barro torpe.

En vano espero las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño.
Sigue la historia universal:
los rumbos minuciosos de la muerte en las caries dentales,
la circulación de mi sangre y de los planetas.
(He odiado el agua crapulosa de un charco,
he aborrecido en el atardecer el canto del pájaro.)

Las fatigadas leguas incesantes del suburbio del Sur,
leguas de pampa basurera y obscena, leguas de execración,
no se quieren ir del recuerdo.
Lotes anegadizos, ranchos en montón como perros, charcos de plata fétida:
soy el aborrecible centinela de esas colocaciones inmóviles.

Alambre, terraplenes, papeles muertos, sobras de Buenos Aires.
Creo esta noche en la terrible inmortalidad:
ningún hombre ha muerto en el tiempo, ninguna mujer,
ningún muerto, porque esta inevitable realidad de fierro y de barro
tiene que atravesar la indiferencia de cuantos estén dormidos o muertos
- aunque se oculten en la corrupción y en los siglos -
y condenarlos a vigilia espantosa.

Toscas nubes color borra de vino infamarán el cielo;
amanecerá en mis párpados apretados.

Jorge Luis Borges. El Otro, El mismo . Buenos Aires, Emece. 1964.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Taller del 14 de septiembre

Paso a informar, para los que no pudieron venir, que en el encuentro de ayer debatimos sobre el texto de Anderson Imbert ( El tiempo en el cuento) y el cuento de Cortazar: Las ménades.

Luego se leyeron algunos textos sobre la consigna anterior (distintos tipos de narradores) y una poesía.

El trabajo sobre el cual escribir, para el próximo taller es: La mujer rompió el vidrio.

Otra sugerencia es que cada uno acerque una poesía de Jorge Luis Borges y el texto para leer es: Las ruinas circulares, del que dejo un link:


Aparte, les dejo una poesía de Borges que me gusta mucho:

AJEDREZ

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Un abrazo.

Ricardo

lunes, 5 de septiembre de 2011

MIERCOLES DIEZ P M

En invierno, la noche vacía los colectivos o los llena de improviso.
Sin hablar, entiendo. Tambien yo regreso. Me encuentro siempre con dos pasajeros.
En el primer asiento individual, la mujer rubia, lacia hasta los codos. Blanca y delgada. Las pestañas espesas, negrísimas. Pómulos salientes. Sus labios gruesos sin pintura, ocuparían la mitad de su cara, si los abriera como para gritar.
Manos nervudas, alargadas; un anillo en cada dedo y con las uñas cortas pintadas de oscuro, las manos sobre la minifalda de nobuk oscuro con flecos. Botas de cuero negras. En su regazo una cartera color crema. Alza su bolso floreado del suelo y come unos bocados.

No evito recordar otra mujer sentada en Plaza Flores.
Media cara derruida, cargaba una peluca de bucles oscuros.
Siempre a la vera del arenero, bajo un arbusto.

En el colectivo – delante de mí, un muchacho. Pelo corto, tupido y oscuro. Alto e inclinado sobre sus piernas, sentado también, habla por celular. Quizá tenga treinta años, vestido con equipo deportivo negro.
- Cuidáte, amor. Cuidáte. Te amo, te amo. Te amo.
Parece que hablara para sí, en un sollozo. Cada noche su voz, para quien llama o lo llame a esa misma hora, las mismas palabras en el mismo tono. Su gran mochila descosida ocupa el asiento contiguo.

Todas las noches en silencio una mujer platinada cena en el colectivo. El taperware sobre muslos torneados por medias de red. Se mueve su pelo con raíces negras pero no giran sus ojos saltones.
Todas las noches habla por celular un joven sucio, aburrido de mentir.


Espero que comenten algo.
Gracias
Ma. Cristina

viernes, 2 de septiembre de 2011

Taller del 31 de Agosto

En el Taller del Miércoles debatimos un rato largo sobre el cuento de Arlt, "El Jorobadito" y luego seguimos con los ejercicios de un mismo texto sobre las 6 personas posibles (se leyeron y debatieron dos trabajos) y avanzamos un poco (se leyó un trabajo solo) sobre los textos con un narrador en tercera persona, primero como testigo, luego como cómplice y por último, antagonista.

La idea es llevar al próximo taller escritos sobre la misma consigna u otros textos.

Para leer, los tres primeros capítulos de Sostiene Pereira, novela de Antonio Tabucchi, para ver como se resuelve el narrador. Mas unas poesías de Raul Gonzalez Tuñon.
No encontré links, así que armo otra entrada con los textos (abajo de esta entrada) porque es un poco largo.

Por otro lado habilité los comentarios como anónimo o taller, con lo cual está un poco más fácil, sin necesidad de poner datos personales.

Para los que quieran mandar un trabajo al concurso Cortazar, recuerden que hay tiempo hasta el 9 de septiembre.

Ricardo

Sostiene Pereira y Poesías de Gonzalez Tuñon

SOSTIENE PEREIRA

Sostiene Pereira que le conoció un día de verano. Una magnífica jornada veraniega, soleada y aireada, y Lisboa resplandecía. Parece que Pereira se hallaba en la redacción, sin saber qué hacer, el director estaba de vacaciones, él se encontraba en el aprieto de organizar la página cultural, porque el Lisboa contaba ya con una página cultural, y se la habían encomendado a él. Y él, Pereira, reflexionaba sobre la muerte. En aquel hermoso día de verano, con aquella brisa atlántica que acariciaba las copas de los árboles y un sol resplandeciente, y con una ciudad que refulgía, que literalmente refulgía bajo su ventana, y un azul, un azul nunca visto, sostiene Pereira, de una nitidez que casi hería los ojos, él se puso a pensar en la muerte. ¿Por qué? Eso, a Pereira, le resulta imposible decirlo. Sería porque su padre, cuando él era pequeño, tenía una agencia de pompas fúnebres que se llamaba Pereira La Dolorosa, sería porque su mujer había muerto de tisis unos años antes, sería porque él estaba gordo, sufría del corazón y tenía la presión alta, y el médico le había dicho que de seguir así no duraría mucho, pero el hecho es que Pereira se puso a pensar en la muerte, sostiene. Y por casualidad, por pura casualidad, se puso a hojear una revista. Era una revista literaria pero que tenía una sección de filosofía. Una revista de vanguardia quizá, de eso Pereira no está seguro, pero que contaba con muchos colaboradores católicos. Y Pereira era católico, o al menos en aquel momento se sentía católico, un buen católico, pero en una cosa no conseguía creer, en la resurrección de la carne. En el alma, sí, claro, porque estaba seguro de poseer un alma, pero toda su carne, aquella chicha que circundaba su alma, pues bien, eso no, eso no volvería a renacer, y además ¿para qué?, se preguntaba Pereira. Todo aquel sebo que le acompañaba cotidianamente, el sudor, el jadeo al subir las escaleras, ¿para qué iban a renacer? No, no quería nada de aquello en la otra vida, para toda la eternidad, Pereira, y no quería creer en la resurrección de la carne. Así que se puso a hojear aquella revista, con indolencia, porque se estaba aburriendo, sostiene, y encontró un artículo que decía: «La siguiente reflexión acerca de la muerte procede de una tesina leída el mes pasado en la Universidad de Lisboa. Su autor es Francesco Monteiro Rossi, que se ha licenciado en filosofía con las más altas calificaciones; se trata únicamente de un fragmento de su ensayo, aunque quizá colabore nuevamente en el futuro con nosotros.» Sostiene Pereira que al principio se puso a leer distraídamente el artículo, que no tenía título, después maquinalmente volvió hacia atrás y copió un trozo. ¿Por qué lo hizo? Eso Pereira no está en condiciones de decirlo. Tal vez porque aquella revista de vanguardia católica le contrariaba, tal vez porque aquel día se sentía harto de vanguardias y de catolicismos, aunque él fuera profundamente católico, o tal vez porque en aquel momento, en aquel verano refulgente sobre Lisboa, con toda aquella mole que soportaba encima, detestaba la idea de la resurrección de la carne, pero el caso es que se puso a copiar el artículo, quizá para poder tirar la revista a la papelera. Sostiene que no lo copió todo, copió sólo algunas líneas, que son las siguientes y que puede aportar a la documentación: «La relación que caracteriza de una manera más profunda y general el sentido de nuestro ser es la que une la vida con la muerte, porque la limitación de nuestra existencia por la muerte es decisiva para la comprensión y la valoración de la vida.» Después cogió una guía telefónica y dijo para sí: Rossi, qué nombre más extraño, más de un Rossi no puede venir en la guía, sostiene que marcó un número, porque de aquel número se acuerda bien, y al otro lado oyó una voz que decía: ¿Diga? Oiga, dijo Pereira, le llamo del Lisboa. Y la voz dijo: ¿Sí? Verá, sostiene haber dicho Pereira, el Lisboa es un periódico de aquí, de Lisboa, sale desde hace unos meses, no sé si usted lo conoce, somos apolíticos e independientes, pero creemos en el alma, quiero decir que somos de tendencia católica, y quisiera hablar con el señor Monteiro Rossi. Pereira sostiene que al otro lado de la línea hubo un momento de silencio y después la voz dijo que Monteiro Rossi era él y que en realidad no es que pensara demasiado en el alma. Pereira permaneció a su vez algunos segundos en silencio, porque le parecía extraño, sostiene, que una persona que había escrito reflexiones tan profundas sobre la muerte no pensara en el alma. Y por lo tanto pensó que había un equívoco, e inmediatamente la idea le llevó a la resurrección de la carne, que era una fijación suya, y dijo que había leído un artículo de Monteiro Rossi acerca de la muerte, y después dijo que tampoco él, Pereira, creía en la resurrección de la carne, si era eso lo que el señor Monteiro Rossi quería decir. En resumen, Pereira se hizo un lío, sostiene, y eso le irritó, le irritó principalmente consigo mismo, porque se había tomado la molestia de telefonear a un desconocido y de hablarle de cosas tan delicadas, o mejor dicho tan íntimas, como el alma o la resurrección de la carne. Pereira se arrepintió, sostiene, y por un instante pensó en colgar el auricular, pero después, quién sabe por qué, halló fuerzas para continuar, de modo que dijo que él era el señor Pereira, que dirigía la página cultural del Lisboa y que, en efecto, por ahora el Lisboa era un periódico de la tarde, en fin, un periódico que naturalmente no podía competir con los demás periódicos de la capital, pero que estaba seguro de que tenía futuro, como se vería antes o después, y que era cierto que por ahora el Lisboa se ocupaba sobre todo de noticias propias de la prensa del corazón, pero bueno, ahora se habían decidido a publicar una página cultural que salía el sábado y la redacción no estaba completa todavía y por eso tenían necesidad de personal, de un colaborador externo que se ocupara de una sección fija. Sostiene Pereira que el señor Monteiro Rossi farfulló enseguida que iría a la redacción aquel mismo día, dijo también que el trabajo le interesaba, que todos los trabajos le interesaban, porque, claro, le hacía verdadera falta trabajar ahora que había acabado la universidad y que nadie le mantenía, pero Pereira tuvo la precaución de decirle que en la redacción no, que por ahora era mejor que no, que si acaso podían encontrarse fuera, en la ciudad, y que era mejor que fijaran una cita. Le dijo eso, sostiene, porque no quería invitar a una persona desconocida a aquel triste cuartucho de Rua Rodrigo da Fonseca, en el que zumbaba un ventilador asmático y donde siempre había olor a frito por culpa de la portera, una bruja que miraba a todo el mundo con aire receloso y que se pasaba el día friendo. Y además no quería que un desconocido se diera cuenta de que la redacción cultural del Lisboa era sólo él, Pereira, un hombre que sudaba de calor y de malestar en aquel cuchitril, y en fin, sostiene Pereira, le preguntó si podían encontrarse en el centro, y él, Monteiro Rossi, le dijo: Esta noche, en la Paraça da Alegría, hay un baile popular con canciones y guitarras, a mí me han invitado a cantar una tonadilla napolitana, sabe, es que soy medio italiano, aunque no sé napolitano, de todas formas el propietario me ha reservado una mesa al aire libre, en mi mesa habrá un cartelito con mi nombre, Monteiro Rossi, ¿qué me dice?, ¿nos vemos allí? Y Pereira dijo que sí, sostiene, colgó el auricular, se secó el sudor y después se le ocurrió una idea magnífica, la de crear una breve sección titulada «Efemérides», y pensó en publicarla enseguida, para el sábado siguiente, y así, casi maquinalmente, quizá porque estaba pensando en Italia, escribió el título: Hace dos años desaparecía Luigi Pirandello. Y después, debajo, escribió el subtítulo: «El gran dramaturgo había estrenado en Lisboa su Un sueño (pero quizá no)». Era el veinticinco de julio de mil novecientos treinta y ocho y Lisboa refulgía en el azul de la brisa atlántica, sostiene Pereira. 2 Pereira sostiene que aquella tarde el tiempo cambió. De improviso, cesó la brisa atlántica, del océano llegó una espesa cortina de niebla y la ciudad se vio envuelta en un sudario de bochorno. Antes de salir de su oficina, Pereira miró el termómetro que había pagado de su bolsillo y que había colgado detrás de la puerta. Marcaba treinta y ocho grados. Pereira apagó el ventilador, se encontró en las escaleras con la portera, que le dijo adiós señor Pereira, aspiró una vez más el olor a frito que flotaba en el zaguán y salió por fin al aire libre. Frente al portal se hallaba el mercado del barrio y la Guarda Nacional Republicana estaba estacionada allí con dos camionetas. Pereira sabía que el mercado estaba agitado porque el día anterior, en Alentejo, la policía había matado a un carretero que abastecía los mercados y que era socialista. Por eso la Guarda Nacional Republicana se había estacionado delante de las puertas del mercado. Pero el Lisboa no había tenido valor para dar la noticia, o, mejor dicho, el subdirector, porque el director estaba de vacaciones, estaba en Buçaco, disfrutando del fresco y de las termas, y ¿quién podía tener el valor de dar una noticia de ese tipo, que un carretero socialista había sido asesinado brutalmente en Alentejo en su propio carro y que había cubierto de sangre todos sus melones? Nadie, porque el país callaba, no podía hacer otra cosa sino callar, y mientras tanto la gente moría y la policía era la dueña y señora. Pereira comenzó a sudar, porque pensó de nuevo en la muerte. Y pensó: Esta ciudad apesta a muerte, toda Europa apesta a muerte. Se dirigió al Café Orquídea, que estaba allí a dos pasos, pasada la carnicería judía, y se sentó a una mesa, pero dentro del local, porque por lo menos tenían ventiladores, visto que fuera no se podía ni estar a causa del bochorno. Pidió una limonada, fue al servicio, se mojó la cara y las manos, hizo que le trajeran un cigarro, pidió el periódico de la tarde y Manuel, el camarero, le trajo precisamente el Lisboa. No había visto las pruebas aquel día, por lo que lo hojeó como si fuera un periódico desconocido. Leyó en la primera página: «Hoy ha salido de Nueva York el yate más lujoso del mundo.» Pereira se quedó mirando durante un rato el titular, después miró la fotografía. Era una imagen que retrataba a un grupo de personas en camisa y canotié, que descorchaban botellas de champán. Pereira comenzó a sudar, sostiene, y pensó de nuevo en la resurrección de la carne. ¿Cómo?, pensó, si resucito, ¿tendré que encontrarme a gente como ésta con sus canotiés? Pensó que se iba a encontrar de verdad con aquella gente del velero en un puerto impreciso de la eternidad. Y la eternidad le pareció un lugar insoportable, sofocado por una cortina nebulosa de bochorno, con gente que hablaba en inglés y que brindaba exclamando: ¡Oh, oh! Pereira hizo que le trajeran otra limonada. Pensó si debería irse a casa para tomar un baño fresco o si no debería ir a buscar a su amigo párroco, don Antonio, de la Iglesia das Mercés, con quien se había confesado algunos años antes, cuando murió su mujer, y al que iba a ver una vez al mes. Pensó que lo mejor era ir a ver a don Antonio, quizá le sentara bien. Y eso es lo que hizo. Sostiene Pereira que aquella vez se olvidó de pagar. Se levantó despreocupadamente, o más bien sin pensárselo, y se marchó, sencillamente, y sobre la mesa dejó el periódico y su sombrero, quizá porque con aquel bochorno no tenía ganas de ponérselo en la cabeza, o porque así era él, de esos que se olvidan las cosas. El padre Antonio estaba agotado, sostiene Pereira. Tenía unas ojeras que le llegaban hasta las mejillas y parecía extenuado, como si no hubiera dormido. Pereira le preguntó qué le había ocurrido y el padre Antonio le dijo: Pero cómo, ¿no lo sabes?, han asesinado a un alentejano en su carreta, hay huelgas, aquí en la ciudad y en otras partes, pero ¿en qué mundo vives, tú, que trabajas en un periódico?, mira, Pereira, ve a informarte, anda. Pereira sostiene que salió turbado de aquel breve coloquio y de la manera en que había sido despedido. Se preguntó: ¿En qué mundo vivo? Y se le ocurrió la extravagante idea de que él, quizá, no vivía, sino que era como si estuviese ya muerto. Desde que había muerto su mujer, él vivía como si estuviera muerto. O, más bien, no hacía nada más que pensar en la muerte, en la resurrección de la carne, en la que no creía, y en tonterías de esa clase, la suya era sólo una supervivencia, una ficción de vida. Y se sintió exhausto, sostiene Pereira. Consiguió arrastrarse hasta la parada más cercana del tranvía y cogió uno que lo llevó hasta Terreiro do Paço. Y mientras tanto, por la ventanilla, veía desfilar lentamente su Lisboa, miraba la Avenida da Liberdade, con sus hermosos edificios, y después la Praça do Rossio, de estilo inglés; y en Terreiro do Paço se bajó y tomó el tranvía que subía hasta el castillo. Bajó a la altura de la catedral, porque él vivía allí cerca, en Rua da Saudade. Subió fatigosamente la rampa de la calle que le conducía hasta su casa. Llamó a la portera porque no tenía ganas de buscar las llaves del portal y la portera, que le hacía también de asistenta, fue a abrirle. Señor Pereira, dijo la portera, le he preparado una chuleta frita para cenar. Pereira le dio las gracias y subió lentamente la escalera, cogió la llave de casa de debajo del felpudo, donde la guardaba siempre, y entró. En el recibidor se detuvo delante de la estantería, donde estaba el retrato de su esposa. Aquella fotografía se la había hecho él, en mil novecientos veintisiete, había sido durante un viaje a Madrid y al fondo se veía el perfil macizo de El Escorial. Perdona si llego con un poco de retraso, dijo Pereira. Sostiene Pereira que desde hacía tiempo había cogido la costumbre de hablar con el retrato de su esposa. Le contaba lo que había hecho durante el día, le confiaba sus pensamientos, le pedía consejos. No sé en qué mundo vivo, dijo Pereira al retrato, me lo ha dicho incluso el padre Antonio, el problema es que no hago otra cosa que pensar en la muerte, me parece que todo el mundo está muerto o a punto de morirse. Y después Pereira pensó en el hijo que no habían tenido. Él sí lo hubiera querido, pero no podía pedírselo a aquella mujer frágil y enfermiza que pasaba las noches insomne y largos periodos en sanatorios. Y lo lamentó. Porque si hubiera tenido un hijo, un hijo mayor con el que sentarse ahora a la mesa y hablar, no habría necesitado hablar con aquel retrato que se remontaba a un viaje lejano del que ya casi no se acordaba. Y dijo: En fin, qué le vamos a hacer, que era su manera de despedirse del retrato de su esposa. Después entró en la cocina, se sentó a la mesa y retiró la tapadera que cubría la sartén con la chuleta frita. La chuleta estaba fría, pero no tenía ganas de calentarla. Se la comía siempre así, como se la había dejado la portera: fría. Comió rápidamente, entró en el baño, se lavó las axilas, se cambió de camisa, se puso una corbata negra y se echó un poco del perfume español que había quedado en un frasco comprado en mil novecientos veintisiete en Madrid. Después se puso una chaqueta gris y salió para ir a la Praça da Alegría, porque eran ya las nueve de la noche, sostiene Pereira. 3 Pereira sostiene que la ciudad parecía estar tomada por la policía, aquella tarde. Estaban por todas partes. Cogió un taxi hasta Terreiro do Paço y bajo los pórticos había camionetas y agentes con mosquetes. Tal vez temieran manifestaciones o concentraciones callejeras, y por eso vigilaban los puntos estratégicos de la ciudad. Hubiera querido continuar a pie, porque el cardiólogo le había dicho que le hacía falta ejercicio, pero no tuvo valor para pasar por delante de aquellos soldados siniestros, de modo que cogió el tranvía que recorría Rua dos Franqueiros y que terminaba en Praça da Figueira. Allí se bajó, sostiene, y se topó con más policías. Esta vez tuvo que pasar por delante de los pelotones y eso le produjo un ligero malestar. Al pasar, escuchó cómo un oficial decía a los soldados: Y recordad, muchachos, que los subversivos están siempre al acecho, conviene estar con los ojos bien abiertos. Pereira miró a su alrededor, como si el consejo hubiera sido dirigido a él, y no le pareció que hubiera necesidad de estar con los ojos tan abiertos. La Avenida da Liberdade estaba tranquila, el quiosco de los helados estaba abierto y había algunas personas sentadas a las mesas tomando el fresco. Él se puso a pasear tranquilamente por la acera central y en ese momento, sostiene, comenzó a oír la música. Era una música dulce y melancólica, de guitarras de Coimbra, y encontró extraña aquella conjunción de música y policía. Pensó que venía de la Praça da Alegria, y efectivamente así era, porque, a medida que se acercaba, la música aumentaba de volumen. La verdad es que no parecía la plaza de una ciudad en estado de sitio, sostiene Pereira, porque no se veía a la policía, es más, sólo vio a un vigilante nocturno que le pareció borracho y que dormitaba sobre un banco. La plaza estaba adornada con guirnaldas de papel, con farolillos coloreados, amarillos y verdes, que colgaban de alambres tendidos de una ventana a otra. Había algunas mesas al aire libre y algunas parejas que bailaban. Después vio una pancarta de tela colgando de dos árboles de la plaza con un enorme letrero: Viva Francisco Franco. Y debajo, en caracteres más pequeños: Vivan los soldados portugueses en España. Sostiene Pereira que sólo en aquel momento comprendió que aquélla era una fiesta salazarista y que por eso no tenía necesidad de ser vigilada por la policía. Y sólo entonces se dio cuenta de que muchas personas llevaban la camisa verde y el pañuelo al cuello. Se detuvo horrorizado y pensó durante un instante en varias cosas distintas. Pensó que tal vez Monteiro Rossi fuera uno de ellos, pensó en el carretero alentejano que había manchado de sangre sus melones, pensó en lo que diría el padre Antonio si le viera en aquel lugar. Pensó en todo ello y se sentó en el banco donde dormitaba el vigilante nocturno, y se dejó llevar por sus pensamientos. O, mejor dicho, se dejó llevar por la música, porque la música, pese a todo, le gustaba. Había dos viejecitos tocando, uno la viola y el otro la guitarra, y tocaban conmovedoras melodías de la Coimbra de su juventud, de cuando él era un estudiante universitario y pensaba en la vida como en un porvenir radiante. Y en aquel tiempo él también tocaba la viola en las fiestas estudiantiles, y era delgado y ágil, y enamoraba a las chicas. Cuántas hermosas muchachas estaban locas por él. Y él, en cambio, se había apasionado por una muchachita frágil y pálida, que escribía poesías y que a menudo tenía dolores de cabeza. Y después pensó en otras cosas de su vida, pero éstas Pereira no quiere referirlas, porque sostiene que son suyas y solamente suyas y que no añaden nada ni a aquella noche ni a aquella fiesta a la que había ido a parar sin proponérselo. Y después, sostiene Pereira, en un determinado momento vio cómo un joven alto y delgado y con una camisa clara se levantaba de una de las mesas y se colocaba entre los dos ancianos músicos. Y, quién sabe por qué, sintió una punzada en el corazón, quizá porque le pareció reconocerse en aquel joven, le pareció que se reencontraba a sí mismo en los tiempos de Coimbra, porque de algún modo se le parecía, no en los rasgos, sino en la manera de moverse y un poco en el pelo, que le caía a mechones sobre la frente. Y el joven comenzó a cantar una canción italiana: O sole mio, cuya letra Pereira no entendía, pero que era una canción llena de fuerza y de vida, hermosa y límpida, y él entendía sólo las palabras «o sole mio» y no entendía nada más, y mientras el joven cantaba, se había levantado de nuevo un poco de brisa atlántica y la velada era fresca, y todo le pareció hermoso, su vida pasada de la que no quiere hablar, Lisboa, la cúpula del cielo que se veía sobre los farolillos coloreados, y sintió una gran nostalgia, pero no quiere decir por qué, Pereira. Fuera como fuera, comprendió que aquel joven que cantaba era la persona con la que había hablado por teléfono aquella tarde, por ello, cuando éste hubo acabado de cantar, Pereira se levantó del banco, porque la curiosidad era más fuerte que sus reservas, se dirigió a la mesa y dijo al joven: El señor Monteiro Rossi, supongo. Monteiro Rossi hizo ademán de levantarse, chocó contra la mesa, la jarra de cerveza que tenía delante se cayó y él se manchó completamente sus bonitos pantalones blancos. Le pido perdón, farfulló Pereira. Es culpa mía, soy un desastre, dijo el joven, me sucede a menudo, usted es el señor Pereira del Lisboa, supongo, siéntese, se lo ruego. Y le tendió la mano. Sostiene Pereira que se sentó a la mesa con sensación de desasosiego. Pensó que aquél no era un lugar para él, que era absurdo encontrarse con un desconocido en una fiesta nacionalista, que el padre Antonio no hubiera aprobado su conducta, y deseó estar ya de regreso en su casa y hablar con el retrato de su esposa para pedirle perdón. Y fueron todos esos pensamientos los que le dieron el coraje para hacer una pregunta directa, aunque no fuera más que para iniciar la conversación, y, sin pensárselo mucho, preguntó a Monteiro Rossi: Ésta es una fiesta de las juventudes salazaristas, ¿pertenece usted a las juventudes salazaristas? Monteiro Rossi se echó hacia atrás el mechón de pelo que le caía sobre la frente y respondió: Soy licenciado en filosofía, me intereso por la filosofía y la literatura, pero ¿qué tiene que ver eso con el Lisboa? Tiene que ver, sostiene haber dicho Pereira, porque nosotros hacemos un periódico libre e independiente y no queremos meternos en política. Mientras tanto, los dos viejecitos habían empezado de nuevo a tocar, de sus cuerdas melancólicas salía una canción franquista, pero Pereira, a pesar de su desazón, comprendió en aquel momento que ya había entrado en el juego y que tenía que jugar. Y extrañamente comprendió que podía hacerlo, que tenía en sus manos la situación, porque él era el señor Pereira, del Lisboa, y el jovenzuelo que se hallaba delante de él estaba pendiente de sus labios. De modo que dijo: He leído su artículo sobre la muerte, me ha parecido muy interesante. He escrito una tesina sobre la muerte, respondió Monteiro Rossi, pero déjeme que le diga que no es todo harina de mi costal, el trozo que ha publicado la revista lo he copiado, se lo confieso, en parte de Feuerbach y en parte de un espiritualista francés, y ni siquiera mi profesor se ha dado cuenta de ello, ¿sabe?, los profesores son más ignorantes de lo que se cree. Pereira sostiene que lo pensó dos veces antes de hacer la pregunta que se había preparado durante toda la tarde, pero al final se decidió, y antes pidió una bebida al joven camarero con camisa verde que les atendía. Perdóneme, dijo a Monteiro Rossi, pero yo no bebo alcohol, bebo sólo limonada, tomaré una limonada. Y saboreando su limonada preguntó en voz baja, como si alguien pudiera oírlo y censurarlo: Pero a usted, perdone, a ver, quisiera preguntárselo, ¿a usted le interesa la muerte? Monteiro Rossi esbozó una ancha sonrisa, y eso le incomodó, sostiene Pereira. Pero ¿qué dice, señor Pereira?, exclamó Monteiro Rossi en voz alta, a mí me interesa la vida. Y después continuó en voz más baja: Mire, señor Pereira, de la muerte estoy bastante harto, hace dos años murió mi madre, que era portuguesa y trabajaba de profesora; murió de un día para otro, por un aneurisma en el cerebro, una palabra complicada para decir que estalla una vena, en fin, de repente; el año pasado murió mi padre, que era italiano y trabajaba como ingeniero naval en las dársenas del puerto de Lisboa, me dejó algo, pero ese algo se ha terminado ya, me queda una abuela que vive en Italia, pero no la he visto desde que tenía doce años y no tengo ganas de ir a Italia, me parece que la situación allí es incluso peor que la nuestra, de la muerte estoy harto, señor Pereira, perdóneme si soy sincero con usted, pero, además, ¿a qué viene esa pregunta? Pereira bebió un trago de su limonada, se secó los labios con el dorso de la mano y dijo: Sencillamente porque en un periódico hay que escribir los elogios fúnebres de los escritores o una necrológica cada vez que muere un escritor importante, y las necrológicas no se pueden improvisar de un día para otro, hay que tenerlas ya preparadas, y yo estoy buscando a alguien que escriba necrológicas anticipadas para los grandes escritores de nuestra época, imagínese usted, si mañana se muriera Mauriac, a ver, ¿cómo resolvería yo la papeleta? Pereira sostiene que Monteiro Rossi pidió otra cerveza. Desde que él había llegado, el joven se había tomado por lo menos tres, y llegados a ese punto, en su opinión, debía de estar ya un poco bebido, o por lo menos algo achispado. Monteiro Rossi se echó hacia atrás el mechón de pelo que le caía sobre la frente y dijo: Señor Pereira, sé varios idiomas y conozco a los escritores de nuestra época; a mí me gusta la vida, pero si usted quiere que hable de la muerte y me paga, de la misma forma que me han pagado esta noche por cantar una canción napolitana, puedo hacerlo, para pasado mañana le escribiré un elogio fúnebre de García Lorca, ¿qué me dice de García Lorca?, en el fondo es quien ha inventado la vanguardia española, así como nuestro Pessoa ha inventado la modernidad portuguesa, y además es un artista completo, se ha ocupado de poesía, música y pintura. Pereira sostiene haber respondido que García Lorca no le parecía el personaje ideal, de todas formas se podía intentar, siempre que se hablara de él con mesura y cautela, refiriéndose únicamente a su figura de artista y sin tocar otros aspectos que podían resultar delicados, dada la situación. Y entonces, con la mayor naturalidad posible, Monteiro Rossi le dijo: Escuche, perdóneme que se lo pida así, yo le escribiré el elogio fúnebre de García Lorca, pero ¿no podría usted adelantarme algo? Necesito comprarme unos pantalones nuevos, éstos están totalmente manchados, y mañana tengo que salir con una chica que va a venir ahora a buscarme y a la que conocí en la universidad, es una compañera mía y a mí me gusta mucho, quisiera llevarla al cine. Aca dejo algunas de las poesías de Raul Gonzalez Tuñon que encontre, disculpen el color de fondo: La luna con gatillo



Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.

Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.

¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!

No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.

LA CALLE DEL AGUJERO EN LA MEDIA

YO CONOZCO una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Una calle que nadie conoce ni transita.
Yo conozco la música de un barracón de feria,
barquitos en botella y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.

Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar
ni el affiche gastado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazo tendidos.
Tenía unos pocos sueños iguales a los sueños
que acarician de noche a los niños queridos.
Tenía el resplandor de una felicidad
Y veía mi rostro fijado en las vidrieras
Y en un lugar del mundo era un hombre feliz.

¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios
y muñecas de trapo con alegres bonetes
y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?
Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento de primavera.

El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra.
Esto es simple, querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda.
Alegres en lo alto de una calle cualquiera,
alegres las campanas con una nueva voz.
Tú crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en la media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.

Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto.

jueves, 25 de agosto de 2011

Taller del 24 de agosto

Para los que no han venido en los últimos tiempos y ayer, les comento que vimos. Así vuelven (vuelvan!!!) y con ideas...jeje
Seguimos debatiendo, un poco nomas, sobre lo de Anderson Imbert. Julio propuso subir algunos capítulos nuevos, mas enfocados sobre el cuento.

También trabajamos sobre la consigna anterior, lo escrito por todos los participantes de ayer; El ejercicio sobre un texto en las 6 personas posibles. Creo que fue bastante productivo, como forma de reconocer la distintas voces. Para seguir con continuidad en esta línea de trabajo, Julio propuso esta consigna para la próxima:

Escribir un texto como narrador testigo.
Luego otro como narrador cómplice. (alguien que esta de acuerdo con el primer narrador)
Y por último, otro como narrador antagonista.( narrador en contra del primer texto)
Todos escritos en tercera persona.
Espero haberlo explicado bien...y entendido bien...jejeje

Para leer en la semana: El jorobadito. De Roberto Arlt.
Dejo un enlace: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/arlt/jorobadi.htm

Pdta: Javier subió su texto de la semana pasada y quedo bastante atrás. El que quiera leerlo que lo busque mas abajo.
Esta interesante y creo que da para desarrollar(puliendo algunas cosas) un cuento de "ciencia ficción".
Javier, fijate si no podes hacer una entrada nueva, con fecha actual.
Ricardo

martes, 23 de agosto de 2011

seis personas


Aqui les dejo el texto referido a la última consigna. Gabriel.

SEIS PERSONAS

PRIMERA SINGULAR

Fue una tarde de verano. Los hombres, contratados por mi padre, trabajaban en la vereda de la casa, eran tres; recuerdo el sudor corriéndoles por la cara, y las camisas empapadas. Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Yo jugaba con la arena que el camión había volcado sobre la vereda y la calle, quería hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió a mi viejo pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, brillaba. Entré a la casa y busqué en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: “Platinum Plus” usaba mi viejo. Lo fui a buscar y le conté. “Vamos”, me dijo. La panza me hacía cosquillas cuando salimos a la calle y tuve que señalarlo al del pastón estirando el dedo, delante de todos. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas me miró, supe que tenía los ojos negros y que se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

A partir de ese día no pude parar. Esa primera vez creí estar haciéndole un favor a mi viejo, ya no más; ahora, ando estirando el dedo siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

SEGUNDA SINGULAR

Fue una tarde de verano. Los hombres, contratados por tu viejo, trabajaban en la vereda de la casa, eran tres; ¿te acordás del sudor corriéndoles por la cara, y de las camisas empapadas? Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Vos jugabas con la arena que el camión había volcado sobre la calle y en la vereda, querías hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió a tu viejo pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, te hizo brillar los ojos. Entraste a la casa y buscaste enceguecido en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo; girando una perilla en la base del mango, se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: “Platinum Plus” usaba tu viejo. Lo fuiste a buscar y le contaste. “Vamos”, te dijo. La panza te hacía cosquillas cuando saliste a la calle y lo señalaste al del pastón estirando el dedo, delante de todos. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas te miró, tenía los ojos negros y se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

A partir de ese día ya no paraste. Esa primera vez creíste estar haciéndole un favor a tu viejo; ahora, andás estirando el dedo siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

TERCERA SINGULAR

Fue una tarde de verano. Los hombres, trabajaban en la vereda de la casa, eran tres; el sudor les corría por la cara, y tenían las camisas empapadas. Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. El pibe jugaba con la arena que el camión había volcado sobre la calle y la vereda, quería hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió al dueño de casa pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, brilló en los ojos del pibe que entró a la casa y se puso buscar en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: la “Platinum Plus” que usaba su padre. Lo fue a buscar y le contó. “Vamos”, le dijo. La panza le hacía cosquillas cuando salió a la calle y tuvo que señalarlo al del pastón estirando el dedo, delante de todos. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas se dignó mirar al muchacho, tenía los ojos negros y se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

Esa vez creyó estar haciéndole un favor a su padre. A partir de ese día ya no pudo parar; ahora, anda estirando el dedo siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

PRIMERA PLURAL

Fue una tarde de verano. Los hombres, que el viejo contrató, trabajaban en la vereda, eran tres; ¿te acordás del sudor corriéndoles por la cara, y las camisas empapadas? Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el arrodillado les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Nosotros jugábamos con la arena que el camión había volcado sobre la calle y la vereda, queríamos hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió al viejo pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, brillaba. Entramos a la casa y buscamos en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: “Platinum Plus” usaba el viejo...¿te acordás? Lo fuimos a buscar y le contamos. “Vamos”, nos dijo. La panza nos hacía cosquillas cuando salimos a la calle y tuvimos que señalarlo al del pastón estirando juntos los dedos, delante de todos, para darnos valor. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas nos miró, tenía los ojos negros y nos sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

A partir de ese día no pudimos parar. Esa primera vez creíamos estar haciéndole un favor al viejo, ya no más; ahora, cada uno por su lado anda estirando los dedos siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

SEGUNDA PLURAL

Fue una tarde de verano. Los hombres, contratados por su padre, trabajaban en la vereda de la casa, eran tres; ¿recuerdan el sudor corriéndoles por la cara, y las camisas empapadas? Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Ustedes jugaban con la arena que el camión había volcado sobre la vereda y la calle, querían hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, pidió pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, les hizo brillar los ojos. Entraron enceguecidos a la casa y buscaron en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: las “Platinum Plus” que eran las que usaba su padre. Lo fueron a buscar y le contaron “Vamos”, les dijo. La panza les hacía cosquillas cuando salieron a la calle y tuvieron que señalarlo al del pastón estirando los dedos, delante de todos. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El otro apenas los miró; tenía los ojos negros y se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol

A partir de ese día ya no pudieron parar. Esa primera vez creyeron estar haciéndole un favor a su padre, ya no más; ahora, andan estirando los dedos siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.

TERCERA PLURAL

Fue una tarde de verano. Los hombres, trabajaban en la vereda de la casa, el sudor les corría por la cara, tenían las camisas empapadas. Uno de ellos, arrodillado en el piso, era el que colocaba las baldosas y daba las órdenes, los otros se ocupaban del pastón y le arrimaban lo que el hombre les pedía gruñendo monosílabos por lo bajo. Dos pibes jugaban con la arena que el camión había volcado sobre la calle y la vereda, querían hacer un túnel que dejara pasar el agua de la zanja de lado a lado. Uno de los hombres, el encargado del pastón, le pidió al dueño de casa pasar al baño. Volvió enseguida y se agachó como para clavar la pala en la mezcla. Pero no, se levantó el pantalón hasta casi la rodilla y algo escondió en la media. Lo que fuera, brillaba. Los pibes vieron el destello, entraron a la casa y buscaron enceguecidos en el botiquín del baño, faltaba la maquinita de afeitar, era una Gillette nueva, último modelo, girando una perilla en la base del mango se abría por arriba y allí se colocaba la hojita nueva: la “Platinum Plus” que era de las que usaba el padre. Lo fueron a buscar y le contaron. “Vamos”, les dijo. La panza les hacía cosquillas cuando salieron a la calle y tuvieron que señalarlo al del pastón estirando juntos los dedos, delante de todos, para darse valor. El que colocaba las baldosas, sin levantarse, exhaló un quejido a medias entre el reto y la sorpresa. El peón apenas los miró, tenía los ojos negros y se sonreía. Después, a regañadientes devolvió la máquina, bajó la cabeza, y ya no miró a nadie más a la cara. El hombre arrodillado volvió a gruñir, esta vez algo más fuerte; el peón agarró sus cosas y salió caminando calle abajo. El sudor le pegaba la camisa a la espalda y por un momento lo hizo brillar bajo el Sol.

A partir de ese día no pudieron parar. Esa primera vez creyeron estar haciéndole un favor al padre, ya no más; ahora, cada uno por su lado, andan estirando los dedos siempre a la búsqueda de algún cosquilleo en la panza.


lunes, 22 de agosto de 2011

La isla

Respondiendo a la consigna dejo una pequeña historia

La isla

Estoy en el borde del risco. Ya me alcanzan, no los observo para mantener mi decisión. Aunque sienta como las olas rompen furiosamente contra el acantilado. Miro una vez más mis manos y recuerdo todas las privaciones que pase para conseguirlo, entonces extiendo mis improvisadas alas. Cuando ya pueden verme, me lanzo al agua y aunque al principio caigo, logro atrapar el viento cambiante a tiempo y planeo firme, aunque. De pronto las alas son alcanzadas por un objeto en llamas que las quema irremediablemente, comienzo a caer e intento acomodar mi cuerpo, en línea recta para atravesar el agua, caigo rápidamente, me hundo hasta que ya se me agota el aire, y salgo expulsado hacia la superficie, floto, pero una vez más vuelve a ponerse a prueba mi determinación y mi voluntad de apuntar mi proa a este destino.

Estaba en el borde del risco. Los perseguidores llegaban detrás. Puedo verlos como si fuera hoy. Y aunque podía sentir las olas romper contra la costa muy abajo, tomo confianza con unas alas a base de plumas, cera, y mucho tiempo a la sombra. Mira una vez más sus manos. Entonces se lanza.

Al principio lo vi caer precipitadamente, hasta que las improvisadas alas atraparon el aire. Comenzaba a planear oscilando según como el peso lo guío. Ya está lejos de la costa, aunque creo que todavía podía escucharlos vociferando y sabía que intentaban derribarlo. De pronto las alas son alcanzadas por un proyectil en llamas que las quema irremediablemente. Cae al agua, intenta posicionarse para entrar en línea recta, aunque entonces pensé que estaba perdido, entro al agua profundamente y casi sin sentir resistencia, salio a la superficie. Y ya no pudieron alcanzarlo.

15 de agosto

Todavía lo recuerdo como si fuera hoy. Estabas en el borde del risco y te lanzaste. Ya habías caminado mucho para llegar hasta allí y los riesgos que encarabas no te detuvieron, como no te detuvo la desconfianza, ni el encierro. Este último te dio el tiempo que necesitabas y termino de cerrarte en tu rencor, no quisiste verme antes de irte y yo solo te imagine delante de la multitud cuando huías de este encierro, te pude ver cuando ya habías caído, y flotabas en el horizonte marino, como una mancha borrosa. Espero que hayas alcanzado la costa aunque solo el mar lo sabe. Mi única certeza es que el eco de las olas que rompen contra la playa, me traen tu recuerdo y mi esperanza es que alguna vez te llegue esta carta.

De los que no nos animamos a seguirte, recuerdos reprimidos desde la isla. Espero que los vientos te traigan alguna vez de vuelta a nosotros.

De tu única familia.

Recordamos el día de tu partida. Hoy observamos la misma costa por donde te supiste fugar. Aun que la vigilancia es mayor que en tus días, sabemos que lo lograremos como vos lo hiciste. Esta será la última anotación antes de desaparecer, nadie sabe qué vamos a seguirte. Supongo que para cuando encuentren esta nota sabrán por qué desaparecimos y esperamos que no intenten seguirnos. De cualquier modo es un camino de ida. Bucearemos todo lo que podamos antes de usar los tanques. Aunque estas malditas costas estén plagadas de tiburones, sabemos que por estos animales dejaron de controlar el espacio marítimo, piensan que les tenemos miedo, no más que a seguir viviendo de este modo.

A nuestra única familia.

Informe sobre las últimas fugas

En el día de la fecha se ha descubierto la fuga de 5 individuos de la isla. La fuga data de hace por lo menos una semana, y que la población de la isla niega todo conocimiento de la misma así como del paradero de los individuos buscados. La población consultada se niega a dar información o a cooperar de cualquier modo aún bajo la amenaza de presentar cargos y penas de las más severas.

Lo que sabemos es que la fuga se produjo en horas de la madrugada, por una vía submarina, y que los prófugos contaban con equipos de buceo de alta tecnología y con algún tipo de brújula o implemento de orientación para llegar a alguna de las costas que están a una distancia superior a los diez quilómetros de esta isla, sin contar las condiciones del océano pacífico que la rodea. Aunque falta una investigación ulterior podemos relacionar estas desapariciones con la fuga ocurrida hace 5 años y los intentos conspirativos para desbaratar nuestros sistemas de control y comunicación por “la familia”. Grupo clandestino aun no reconocido con certeza en su composición y magnitud pero del que poseemos la certeza de su alta organización.

Comuníquese y archívese

Javier Alpi
















viernes, 19 de agosto de 2011

Ejercicio de la semana

Cumplo con lo que hemos acordado, subir lo que escribí para el ultimo ejercicio.
Es referido a un texto en las seis personas posibles.
Espero los textos del resto...jeje.
Ricardo

1ra Singular) Fue amor a primera vista. Pero no fue la primera vez. Hoy, por lo menos, fue la cuarta. Siempre me sucede, todo el tiempo. Miro. Y apenas me miran o hablan, ya esta. Me doy por enamorada. No se si al otro le pasa lo mismo. Y se que suele durar poco, casi nada. Pero no lo puedo evitar. Me digo basta, terminala, pero no puedo. Me engancho detrás de quien me de un poco de bola nomás. Tampoco puedo disimular, se me nota. Ya voy a encontrar a quien me quiera bien. Mientras tanto, busco y espero. Creo que la calle me hizo así. No tener donde ir acaso, tal vez la soledad. Uy, me pasa de nuevo, otra vez. Me miran, me sonríen. Me preparo para gustar. Muevo la cola sin parar. Allá voy.

2da Singular) Fue amor a primera vista. Pero no fue la primera vez. Hoy, por lo menos, fue la cuarta. Siempre te sucede, todo el tiempo. Miras. Y apenas te miran o hablan ya esta. Te enamoras. No sabes si al otro le pasa lo mismo. Si sabes que suele durar poco, casi nada. Pero no lo podes evitar. Te enganchas detrás de quien te de un poco de bola nomás. Tampoco podes disimular, se te nota.

¿Encontraras a quien te quiera bien? Mientras tanto, buscas y esperas. ¿Será que la calle te hizo así? ¿No tener donde ir acaso?, tal vez la soledad. Te pasa de nuevo, otra vez. Te miran, hablan y sonríen. Te preparas para gustar. Moves la cola sin parar. Allá vas.

3ra Singular) Fue amor a primera vista. Pero no fue la primera vez. Hoy, por lo menos, fue la cuarta. Siempre le sucede, todo el tiempo. Ella mira. Y apenas la miran o le hablan ya esta. Se da por enamorada. No sabe si al otro le pasa lo mismo. Pero sabe que suele durar poco, casi nada. Pero no lo puede evitar. Quizás se diga basta, no lo se, pero no puede. Se engancha detrás de quien le de un poco de bola nomás. Tampoco puede disimular, se le nota. No se si encontrará a quien la quiera bien. Mientras tanto, busca y espera. Creo que la calle la hizo así. No tener donde ir acaso. O tal vez la soledad.

Le pasa de nuevo, otra vez. La miran y le sonríen. Se prepara para gustar. Mueve la cola sin parar. Allá va.

1ra Plural) Fue amor a primera vista. Pero no fue la primera vez. Hoy, por lo menos, fue la cuarta. Siempre nos sucede, todo el tiempo. Miramos. Y apenas nos miran o hablan, ya esta. Nos damos por enamoradas. No sabemos si al otro le pasa lo mismo. Si que suele durar poco, casi nada. Pero no se lo puede evitar. Decimos basta, pero no podemos. Nos enganchamos detrás de quien nos de un poco de bola nomás. Tampoco sabemos disimular, se nos nota. Ya encontráremos a quien nos quiera bien. Mientras tanto, buscamos y esperamos. Creo que la calle nos hizo así. No tener donde ir acaso, tal vez la soledad. Uy, pasa de nuevo, otra vez. Nos miran y sonríen. Nos preparamos para gustar. Nuestras colas se mueven sin parar. Allá vamos.

2da plural) Fue amor a primera vista. Pero no fue la primera vez. Hoy, por lo menos, fue la cuarta. Siempre les sucede, todo el tiempo. Miran. Y apenas las miran o hablan, ya esta. Se dan por enamoradas. No saben si al otro le pasa lo mismo. Tampoco importa. Pero no lo pueden evitar. Dicen basta, pero no pueden. Se enganchan detrás de quien les de un poco de bola nomás. Tampoco saben disimular, se les nota. Ya encontrarán a quien las quiera bien. Mientras tanto, buscan y esperan.

Creo que la calle las hizo así. No tener donde ir acaso, tal vez la soledad.

Uy, les pasa de nuevo, otra vez. Las miran y sonríen. Se preparan para gustar. Sus colas se mueven sin parar. Allá van.

3ra Plural) Fue amor a primera vista. Pero no fue la primera vez. Hoy, por lo menos, fue la cuarta. Siempre les sucede, todo el tiempo. Miran. Y apenas las miran o hablan, ya esta. Se dan por enamoradas. No saben si al otro le pasa lo mismo. Tampoco les importa. Pero no lo pueden evitar. Dicen basta, pero no pueden. Se enganchan detrás de quien les de un poco de bola nomás. Tampoco saben disimular, se les nota. Ya encontrarán a quien las quiera bien. Mientras tanto, buscan y esperan.

Creo que la calle las hizo así. No tener donde ir acaso, tal vez la soledad.

Uy, les pasa de nuevo, otra vez. Las miran y sonríen. Se preparan para gustar. Sus colas se mueven sin parar. Allá van.

martes, 16 de agosto de 2011

Anderson Imbert. Teoría del cuento.



Hola todos: Esta es la introducción del libro que les dije la clase pasada. Puede que sea difícil.
En todo caso lo charlamos el miércoles.
Julio Diaco

1

LA FICCIÓN LITERARIA

1.1. Introducción

El cuento es una de las formas del arte de narrar, el arte de narrar es una de las formas de la literatura y la literatura es una de las formas de la ficción. Fictío-onis viene de fingere, que en latín significaba, por un lado, fingir, mentir, engañar, y por otro, modelar, componer, heñir. De un cuento puede decirse que es ficticio en ambas acepciones pues por un lado simula una acción que nunca ocurrió y por otro moldea lo que sí ocurrió pero apuntando más a la belleza que a la verdad. Un cuento es indiferente a las cosas tangibles. Su valor no depende de la existencia o inexistencia del asunto que narra. De ahí que libreros y bibliotecarios cataloguen el cuento como ficción por antonomasia. Claro que se quedan cortos porque con el mismo derecho podrían ca­talogar como ficción, no digo la novela, pero también la poesía, el drama y el ensayo literario. En todos estos géneros la realidad es lo de menos. La literatura, toda ella, es siempre ficción. Y viéndolo bien ¿no es ficción cuanto pensamos? La literatura no es ciertamente la única actividad humana que falsea y distorsiona la realidad. Aun la ciencia lo hace. Sólo que la ciencia lo hace a pesar de ella y en cam­bio la literatura falsea y distorsiona la realidad de propósito.

Pero ¿de qué realidad estamos hablando?

1.2. Un poquito de Kant: las formas

Ante cuestiones como ésta me vuelvo corriendo a las aulas de mis años de estudiante en busca de mis maestros, que me sabrán orientar. Ante todo, del viejo Kant (a quien conocí gracias al viejo Korn, mi profesor de filosofía).

Para Kant —Crítica de la razón pura (1781)— la realidad en sí es incognoscible: sólo conocemos fenómenos (15.2.1.). En este conoci­miento hay una materia, que nos es dada, y una forma, impuesta por nuestro yo. Toda experiencia se compone de un factor material, pro­veído por percepciones sensoriales, y un factor formal, que es el de los conceptos. Conocemos porque las sensaciones se convierten en in-tuiciones al entrar en las formas de nuestra sensibilidad (el Espacio, medio de las yuxtaposiciones, y el Tiempo, medio de las sucesiones) y también porque las intuiciones se convierten en conceptos al entrar en las formas de nuestro entendimiento (categorías de cantidad, cua­lidad, relación y modalidad). Ambas clases de formas, las de la sen­sibilidad y las del entendimiento, son formas a priori, esto es, no las aprehendemos ni por la experiencia ni por la inducción; son formas preexistentes que valen de antemano, son condiciones necesarias y uni­versales para que la realidad pueda aparecérsenos ya percibida y en­tendida. Estas formas a priori son, pues, "constitutivas" de nuestra ex­periencia del mundo. El conocimiento es una síntesis de dos opera­ciones heterogéneas: la intuición y el concepto. Puesto que en mi ex­periencia dos hechos no caben en el mismo lugar ni ocurren en el mismo instante, lo que intuimos es siempre único. Nos asaltan tantos hechos individuales que si nos quedáramos en eso viviríamos en el caos. Los conceptos a priori del entendimiento o categorías son formas que en­lazan las múltiples y diversas intuiciones. Pensamos con intuiciones in­tegradas en conceptos y con conceptos abstraídos de intuiciones. Las intuiciones sin concepto serían ciegas, los conceptos sin intuición esta­rían vacíos. Kant parece distinguir entre forma y materia, entre las formas de las intuiciones y las del entendimiento pero lo hace para en seguida interrelacionar sus funciones: el conocimiento es para él una "unidad sintética", y la síntesis se realiza en la "imaginación produc­tiva". Por intermedio de esta imaginación las categorías a priori pue­den aplicarse a las intuiciones empíricas. Intuición y concepto son he­terogéneos entre sí y no podrían nunca encontrarse si no fuera porque la imaginación interviene con una "tercera forma", más abarcadora pues es homogénea a la par con la intuición y con el concepto. Tal es la función dual de los "esquemas", que son formas sensorial-intelec-tuales fundadas en la intuición del tiempo y capaces de relacionarse con lo sensorial de la intuición por un lado y con lo intelectual de la categoría por otro. Ya se verá la importancia que esta noción de "es­quemas" tiene en la "filosofía de las formas simbólicas" de Cassirer (1.4.). En la Crítica de la razón práctica (1788) Kant intenta aproxi­mar la realidad aparencial (la fenoménica) a la realidad en sí (la nouménica) mediante una exploración de la voluntad, de la acción, de la moral. La moralidad sería imposible, dice, si no fuéramos res­ponsables' de nuestros actos, y esta libertad —incognoscible en la es­fera de los fenómenos— mana de la realidad en sí y nos permite elegir entre el bien y el mal. Después de haber explorado los principios a priori del pensamiento y la voluntad Kant explora los del sentimiento en la Crítica del juicio (1790), donde expone su teoría estética. Teoría, no de la materia prima del sentimiento, sino del sentimiento ya transfigurado en formas de belleza. El juicio del gusto —"esto me gusta", "esto no me gusta"— no es un juicio de conocimiento. Conocimiento, ya se ha visto, es la interpenetración de intuición y concepto, y el juicio del gusto es un saber estético que no cabe en conceptos lógicos. "Esto es bello", "esto no es bello" son juicios subjetivos. Lo bello no es una propiedad de las cosas sino un estado de ánimo; el juicio del gusto es un acto mental no cognoscitivo que valora imágenes de cosas en relación con el sentimiento de placer que nos suscitan.

Según Croce la mayor contribución de Kant a la Estética es haber observado que las sensaciones no penetran en el espíritu sino cuando éste les da su forma. La intuición precede al concepto, y este cono­cimiento intuitivo es el campo que estudia la Estética.

1.3. Un poquito de Croce: la intuición y el concepto

Croce usó algunas fórmulas kantianas. Por ejemplo, cuando dijo que "el arte es una verdadera síntesis a priori estética de sentimiento e imagen en la intuición, de la cual puede repetirse que el sentimien­to sin la imagen es ciego y que la imagen sin el sentimiento está vacía" (Nuovi saggi di estética, 1926, p. 33). Pero Croce acentuó más que Kant la autonomía de la intuición. Su pensamiento ha evolucio­nado por lo menos en tres fases. A saber, el arte como visión (Estética como scienza dett'espressione e Lingüistica genérale, 1902), como li­rismo (Breviai'io di Estética, 1912) y como purificación y liberación del sentimiento (La Poesía, 1936). Central, en las tres fases, es la dis­tinción entre intuición y concepto.

Comenzó su Estética con estas palabras que traduzco de una reedición revisada: "El conocimiento tiene dos formas. Es conoci­miento intuitivo o conocimiento lógico; conocimiento por la fantasía o conocimiento por el intelecto; conocimiento de lo individual o co­nocimiento de lo universal; de las cosas o de las relaciones entre ellas; es, en suma, productor de imágenes o de conceptos". La intuición pura —continuó— no es necesariamente percepción de la realidad. La dife­rencia entre lo real y lo irreal no le concierne. El objeto de la intuición es una imagen ideal, evadida de la existencia práctica. La sensa­ción es una amorfa materia psíquica y, en cambio, la intuición es una energía espiritual que, en una síntesis de sujeto y objeto, da forma a las impresiones crudas. Esencialmente la intuición es expresión: "Ció che non si oggetiva in un'espressione non é intuizione, ma sensazione". Ahora bien, la intuición es independiente del concepto (cuando una intuición está impregnada de conceptos es porque éstos han dejado de ser conceptos para convertirse en elementos de la intuición) pero el concepto, por el contrario, depende de la intuición: "¿Qué es el conocimiento por conceptos? Es conocimiento de cosas, y las cosas son intuiciones. Sin las intuiciones no son posibles los conceptos, como sin la materia de ks impresiones no es posible tampoco la intuición misma". "Puede haber intuición sin concepto, pero no puede existir éste sin aquélla." La Estética estudia la expresión en imágenes de in­tuiciones individuales.

Diez años después, en el Breviario di Estética, Croce dio un paso adelante y, aunque oponiendo siempre la intuición al concepto, adjudicó a aquélla un contenido: el sentimiento. La intuición es lírica. "¿Qué es el arte?... es visión o intuición... Al definir el arte como intuición se niega que tenga carácter de conocimiento conceptual... La intuición es verdaderamente artística, es verdaderamente intuición y no un amasijo de imágenes sólo cuando tiene un principio vital que la anima fundiéndose con ella ... Lo que da coherencia y unidad a la intuición es el sentimiento: la intuición es verdaderamente tal porque representa un sentimiento, y sólo de eso o sobre eso puede surgir. No la idea, sino el sentimiento, es lo que confiere al arte la aérea ligereza del símbolo... La intuición artística es, pues, siempre intuición lírica" (entendiendo por "intuición" la actividad formadora de imágenes y por "lírica" el contenido sentimental que se ha transfigurado en esas mismas imágenes).

Años más tarde, en La Poesía, Croce completó su pensamiento definiendo la intuición como catarsis. Gracias a la intuición el senti­miento, que es materia reacia, se transfigura en imagen y así, como imagen, se eleva de lo particular a lo universal. En una especie de catarsis el sentimiento se hace goce de la belleza. Sin embargo, en la serenidad alcanzada por la contemplación estética "tiembla aún la emoción como una lágrima en la sonrisa que la ha esclarecido". Com­parado con el conocimiento conceptual de la filosofía o la ciencia, el conocimiento intuitivo es un producir, un forjar, un plasmar, un crear, un "poiein", de donde deriva la palabra "poesía"; y en este crear de la poesía se logra la identidad de sentimiento e intuición a la que Croce se refirió con el término que vimos antes: síntesis a príorí estética.

1.4. Un poquito de Cassirer: los símbolos

Cassirer, en sus ideas estéticas, parece estar cerca de las de Croce. Se diferencian, sin embargo, en que las de Croce pertenecen a una "Fi­losofía dello Spirito" mientras que las de Cassirer pertenecen a una "Philosophy of Human Culture". Croce, con criterio espiritualista, iden­tifica intuición con expresión: ahí, dentro de la conciencia creadora, dice, se agota la actividad estética pues la comunicación material que viene después es mera técnica. Cassirer, con criterio antropológico, da importancia a los medios materiales —sonidos, ritmos, palabras, líneas, colores— de que se vale el artista para exteriorizar su intuición. La semejanza entre Cassirer y Croce se debe en parte a que ambos, al declarar la autonomía del arte y distinguir entre la intuición y el con­cepto, proceden de Kant. Sólo que Cassirer es mucho más kantiano que Croce.

De Kant toma Cassirer la teoría de las formas del conocimiento. El mundo que conocemos está constituido por las formas de la in­tuición y del entendimiento. Las categorías a priori pueden aplicarse a las intuiciones empíricas por la mediación de "esquemas", que son formas condicionadas por el tiempo. Estos "esquemas" son homogé­neos con las categorías porque también son a priori y homogéneos con las intuiciones porque también implican tiempo (15.3.). Ahora bien, Kant había dado una Crítica de la Razón y Cassirer da una Crítica de la Cultura. Para ello convierte los "esquemas" cognoscitivos en "símbolos" culturales. Interrelaciona las formas del conocimiento (intuición, concepto) con las formas de la cultura (lenguaje, mito, religión, arte, historia, ciencia). La organización mental del hombre se expresa en diferentes actividades y, viceversa, las actividades lin­güísticas, míticas, religiosas, artísticas, históricas, científicas son modos de conocer. Las formas del conocimiento y de la cultura se interpe-netran. Así como en Kant el "esquema" era la "tercera forma" que posibilitaba la síntesis de intuición y concepto, en Cassirer el "sím­bolo" es el factor que sintetiza la forma de la cultura con la forma del conocimiento. Cultura y conocimiento participan del símbolo por­que la función significante de éste les es común. La mente se sirve de las imágenes contenidas en la experiencia para simbolizar algo. En el lenguaje, por ejemplo, las palabras son imágenes a las que asig­namos significaciones; o sea, que las usamos como símbolos. Del mismo modo que la intuición y el concepto se unifican en el "esque­ma" de Kant, en el símbolo de Cassirer se unifican lo sensorial de la palabra con lo intelectual de su significado. El símbolo permite que el hombre distinga entre lo real y lo posible, y esta importantísima distinción fue formulada por Kant en su Crítica, del juicio. Los ani­males se limitan a reaccionar a los estímulos de la naturaleza; en cambio —decía Kant— los hombres, por discurrir con dos elementos heterogéneos, la intuición y el concepto, somos capaces de crear una imagen particular (símbolo, en el lenguaje de Cassirer) que repre­senta una síntesis de contenidos de experiencia; y esa representación diferencia entre las cosas reales, actuales, y las cosas posibles, ideales. El símbolo está lleno de un significado que le ha sido conferido por una experiencia pero no existe como parte del mundo físico. Cassirer también retiene de Kant el principio de la autonomía del arte y la idea de que la contemplación estética es enteramente indiferente a la existencia o no existencia del objeto contemplado.

Siendo animales sociales, la convivencia nos acondiciona para comunicarnos con símbolos sobreentendidos por todos los miembros de nuestra comunidad. Por convención social aceptamos que tal sím­bolo sea asignado a tal realidad. La realidad queda así sustituida por una fórmula abstracta. El hombre, pues, no se entrega a la natu­raleza con la inmediatez de los .demás animales. Cassirer lo define como "animal symbolicum". Los otros animales reaccionan solamen­te con señales que son concomitantes de una situación natural inme­diata. Los símbolos que sólo el hombre es capaz de formular perte­necen a un mundo de significaciones: el de los conceptos. El hombre interpone entre él y la naturaleza una red de símbolos a la que lla­mamos "cultura": lenguaje, mitos, artes, religiones, historia, filoso­fía, ciencia son formas simbólicas que lejos de imitar la realidad la construyen como objeto de aprehensión intelectual. En palabras de Cassirer: "la realidad física parece retroceder en proporción a los avances de la actividad simbólica del hombre. En vez de tratar di­rectamente con las cosas el hombre, en cierto sentido, conversa con­sigo mismo. Se ha envuelto tanto en formas lingüísticas, imágenes ar­tísticas, símbolos míticos o ritos religiosos que ya no puede ver o conocer sino a través de ese medio artificial. Tanto en el orden teó­rico como en el práctico el hombre no vive en un mundo de hechos crudos o de acuerdo con sus inmediatos deseos y necesidades: vive más bien en medio de emociones imaginarias, en esperanzas y temo­res, en ilusiones y desilusiones, en sus fantasías y sueños" (An Essay on Man.).

La facultad más importante del hombre para la organización de su cultura es la de la palabra. Después de todo, los únicos objetos que conocemos son los concebidos lingüísticamente. La clasificación de la realidad emprendida por religiones, artes, ciencias y otras disci­plinas presupone la actividad simbolizadora del lenguaje. Y Cassirer señala sus dos tendencias divergentes: una "discursiva", que parte de un concepto y, expandiendo cada vez más su área de generalizaciones, llega a un sistema de explicaciones lógicas; y otra tendencia, "meta­fórica", que se concentra en la expresión de una experiencia personal mediante imágenes concretas. En la tendencia discursiva el poder de la lógica reduce a frío esqueleto la riqueza y la plenitud de la expe­riencia original. En la tendencia metafórica, en cambio, el poder ar­tístico libera la vida en forma de ficción: "mundo de ilusión y fan­tasía —dice Cassirer— donde los sentimientos puros pueden expresarse rica y plenamente" ("El poder de k metáfora", Lenguaje y mito; léase también el penetrante capítulo "Arte" en An Essay on Man).

1.5. Transformación simbólica de la realidad

Dije que volvería a las aulas estudiantiles para orientarme con los viejos maestros: Kant, Croce, Cassirer... No sé si ahora que lo he hecho estoy de veras bien orientado pero por lo menos me siento con fuerzas para acometer este capítulo que se propone definir la literatura como ficción, y el cuento, como ficción por excelencia.

Qué es la realidad en sí, no sé. Ni siquiera sé cómo es la realidad que me toca más de cerca: el planeta Tierra, la vida, mis congéneres, yo mismo. Es evidente que existo en una circunstancia real en la que hay otros hombres como yo pero no podría demostrarlo con argu­mentos racionales. Supongo que no necesito demostrarlo porque, se­gún parece, mi evidencia es común a la especie humana. La eviden­cia de que existimos en un mundo real se nos da en una actividad nerviosa a la que llamamos "conciencia". Analizándola creo saber que apenas nacemos empezamos a llenarnos de sensaciones y a reac­cionar con señales. Estas señales naturales —gestos, gritos, lágrimas, risas— responden directamente a estímulos momentáneos. Son meros síntomas de un estado de la sensibilidad. Hasta este punto, nuestros mensajes sensoriales son iguales a los de otros animales. Pero más que otros animales el hombre está dotado de una organización ner­viosa que le permite producir, no sólo señales, sino también símbolos (Apostillas).

El término "símbolo" no significa lo mismo en antropología que en estética, en lógica que en sociología, en lingüística que en psico­logía; y aun dentro de la misma disciplina cada estudioso define "símbolo" según la escuela teórica a la que está afiliado. Valga, para el propósito de este estudio, la definición de símbolo como forma mental abstraída de nuestra experiencia, abstraída del fluir de per­cepciones, sentimientos, imágenes que un individuo experimenta en un momento dado (17.4.). El símbolo también es un signo, pero es un signo muy especial que en un nivel superior de la mente opera con un mayor grado de abstracción. Mientras el signo natural indi­ca cosas, está adherido a cosas, el símbolo las representa, las susti­tuye. Uno nota y selecciona esas cosas en una experiencia; en un pro­ceso de impresiones y expresiones, de repeticiones y analogías lo ex­perimentado se traduce en imágenes e ideas que aluden a una rea­lidad ausente. Y aparece el símbolo, que se refiere a algo que está más allá de sí mismo y nos abre el reino de las significaciones. Hay símbolos rituales, artísticos, oníricos y —los de más poder transfor­mador— símbolos lingüísticos. Gracias a los símbolos el hombre cobra conciencia de su circunstancia y de sí mismo: se despega de la rea­lidad en que vive, la pone en perspectiva, la concibe, la evoca a voluntad cuando no la tiene ante los ojos y se la representa teórica­mente. Nuestras experiencias totales, móviles, concretas, únicas, irre­petibles e indivisas fluyen con nuestra vida y son inefables como la vida misma. Inefables por más que podamos hablar de ellas y aun fabularlas. Para eso tenemos el privilegio del lenguaje. Al hablar or­denamos el mundo, tanto el mundo del yo como el del no-yo —ambos sumidos en la esfera de nuestra conciencia— y construimos una reali­dad objetiva. Objetiva porque es objeto de nuestra contemplación y subjetiva porque ocurre en la mente. Lengua es el sistema de pala­bras que usan quienes están hablando. Nunca podremos sorprender la lengua fuera del hablar individual; y como al hablar la intención de una persona es ser respondida por otra, el proceso lingüístico pone en tensión la íntima condición social del hombre y el espíritu se objetiva en símbolos culturales. Pero estos símbolos, por físicos que parezcan, no son exteriores a nuestra vida psíquica: sólo tienen sentido dentro del circuito espiritual que se establece entre el ha­blante y el oyente. Siendo el habla una actividad ideal del hablante y del oyente, los símbolos verbales (que en lingüística llamamos "pa­labras") no son parte de las cosas sino abstracciones de nuestra ex­periencia de las cosas. Con esas abstracciones organizamos nuestro lenguaje simbólico y construimos nuestro mundo. Instalados en él, procuramos tomar posesión de la naturaleza exterior y de nuestra propia intimidad.

Y ya es hora de que enderecemos hacia el fin de este capítulo, que es presentar la literatura como ficción.

Paradigma de la capacidad simbolizadora es el lenguaje verbal-mente articulado: actividad de un hablante para hacerse compren­der por un oyente y actividad de un oyente para comprender lo que le quiere decir el hablante. Este circuito se realiza a través de un medio físico, que es el de las palabras. El proceso del lenguaje po­dría descomponerse en tres fases:

a) actividad psicofísica de un ser humano que produce...

b) un símbolo o serie de símbolos que pueden ser interpretados por...

c) la actividad psicofísica de otro ser humano.

Sustituyamos el circuito hablante-habla-oyente por el de escri­tor-texto-lector y veamos la diferencia entre lo no literario y lo lite­rario.

1.6. Lo no literario

El escritor no literario abstrae de su experiencia un elemento común a otras experiencias suyas y también común a las experiencias de otras personas; generaliza ese elemento y con él se refiere a un objeto públicamente reconocible. En su experiencia real ese elemento estaba acompañado por una multiplicidad de impresiones, pero ahora el escritor hace caso omiso de todo lo que no sea el elemento dis­criminado en una operación lógica y forma así un concepto, un juicio, un razonamiento. En el texto que ha escrito el escritor a-literario no revela su experiencia total, dentro de la que se dio aquel elemento, sino que se refiere al elemento aislado. Para comunicar el armazón intelectual de su pensamiento sacrifica la riqueza infinita de su ex­periencia individual, viva, íntima, concreta. Si la sacrifica es porque lo que está haciendo no es literatura.

No literaria es la comunicación lógica —en obras de ciencia, filo­sofía, historia, técnica, política, etc.— de un saber abstraído de la ex­periencia humana. El científico, el filósofo, el historiador, el técnico, el político se especializan en relacionar ciertos objetos representados en sus conciencias. Desde luego que estas especializaciones son hu­manas pero lo que las caracteriza es que surgen, no del hombre en cuanto hombre, entero, pleno, completo, sino de un hombre sofisti­cado que, en su afán de llegar por vía racional a la verdad, se limi­ta a sí mismo y se dedica a conocer sólo parcelas. Los escritores que no hacen literatura continúan, en una actitud impersonal y objetiva, la tendencia del lenguaje a acrecentar su poder abstracto y genera-lizador. Todas las palabras son conceptos en el sentido de que signi­fican, no una experiencia concreta, sino elementos abstraídos de esa experiencia.

El lenguaje no literario tiende a descartar lo que no sea ajusta­da referencia a sus objetos; estos objetos son discriminados median­te un riguroso proceso lógico hasta que la proposición alcanza validez general. Hay muchas maneras de comunicar el armazón lógico de nuestro pensamiento. El científico, al preparar su informe, puede ele­gir una frase u otra, sacándola de un almacén lingüístico en disponi­bilidad; y aun puede traducir su informe de una lengua a otra sin que su contenido se altere. El uso individual y social de la lengua a lo largo de la historia ha cargado las palabras con significaciones equívocas. Cuando esas palabras le estorban, el científico, interesado en salvar su esfuerzo intelectual, busca símbolos más adecuados. For­mula entonces sus conceptos en un lenguaje técnico, universal: por ejemplo, el de la química, el de las matemáticas. Las matemáticas constituyen el lenguaje más desarrollado en esta dirección: se especializa en relaciones abstraídas de la experiencia humana, tan exac­tas que son reconocidas públicamente. El matemático no nos habla de sí, sino -de relaciones que, apenas enunciadas, resultan valer para todo el mundo. De hecho, todos los escritores que no hacen literatura marchan de abstracción en abstracción hacia un alto grado de gene­ralidad. Comunican un conocimiento conceptual.

1.7. Lo literario

El escritor abstrae de su experiencia, no un elemento público, universal, sino elementos privados, particulares. Son tan numerosos, están tan bien seleccionados, se los ha estructurado en una sintaxis tan bien ceñida a los ondulantes movimientos del ánimo, se los ha re­vestido con un estilo tan imaginativo y rico en metáforas que todos los elementos juntos equivalen casi a rendir la experiencia completa. Esto ya no es comunicación lógica y práctica, sino expresión estética, poética. Los símbolos ya no son referenciales, como en lo no litera­rio, sino evocativos. El conocimiento ya no es conceptual sino intui­tivo. En vez de despegarse de la experiencia que tuvo el autor, los símbolos se quedan cerca de esa plena, rica, honda, intensa, imagi­nativa, creadora experiencia. Son símbolos pegados a las percepcio­nes, sentimientos, ideas, pensamientos de una experiencia particular vivida por una persona en cierto momento. He visto un colibrí. ¿Diré: "vi un pájaro"? Si lo digo estoy comunicando una oración enunciativa y nada más. La palabra "pájaro" no rinde la totalidad de mi experien­cia sino que apunta a un concepto que es el común denominador de innumerables pájaros en las experiencias de muchas personas. Pero en mi experiencia no fue un pájaro cualquiera. Yo era niño, y en una mañana de primavera vi por primera vez en el jardín de mi casa en La Plata, un colibrí: dejó temblando una flor y se fue ras­gando con un ala la seda del aire. Intuí no solamente el colibrí, sino también el pudor de la flor, la sorpresa del cielo, mi envidia por la libertad y audacia de ese colibrí único: si consiguiera objetivar en palabras esta experiencia personal haría literatura.

Los escritores que hacen literatura expresan la experiencia total del hombre en cuanto hombre: una experiencia personal, privada, rica en matices y relieves. El poeta, por ejemplo, no tiene más remedio que expresar una experiencia concreta con palabras que son abs­tractas. ¡Ojalá pudiera simbolizar intuiciones siempre nuevas con pa­labras también nuevas! Pero sus intuiciones son inefables, y si las cifrara en un símbolo recién inventado nadie lo entendería pues no hay dos experiencias que sean iguales. Entonces, a pesar del medio lingüístico que le resiste, el poeta se lanza a la aventura y con me­táforas y otras alusiones a su íntima visión logra salir más o menos \ictorioso. Su poema ha cristalizado en una unidad indivisible. Este poema no se deja separar en un fondo y una forma porque nació como imagen verbal. Por eso la poesía, a diferencia de la ciencia, no puede traducirse.

En resumen. Así como usamos la lengua para comunicar los contenidos lógicos de nuestra conciencia, y esa tendencia recibe una forma purificada en las ciencias y su mayor desarrollo abstracto en las matemáticas, también podemos expresar nuestra vida interior: en la confidencia tratamos de sacar a luz nuestra intimidad, y a la ob­jetivación de esa intimidad la llamamos poesía.

La lengua discursiva y el estilo poético son logros de nuestra vo­luntad. En el proceso real de la lengua el uso discursivo y el uso poético coexisten pero es cómodo —y no demasiado arbitrario— se­ñalar una tendencia comunicativa y otra expresiva: una hacia la co­municación conceptual de la ciencia, otra hacia la expresión intui­tiva de la poesía. El científico se defiende contra las imágenes que se deslizan en su lengua y amenazan con subjetivar sus clasificaciones lógicas; el poeta se defiende contra los conceptos ya formados en la lengua, pues amenazan con impersonalizar sus visiones. Comuni­camos (o procuramos comunicar) abstracciones de lo público, común, lógico y universal de nuestras experiencias; expresamos (o procura­mos expresar) la experiencia misma, concreta, viva, completa, rica, privada. En la ciencia nos interesa ante todo la verdad; en la poesía, lo que más importa es la belleza.