domingo, 31 de julio de 2011

Hola a todos! Soy Jamzín, les dejo para que lean y critiquen lo que escribí bajo la consigna de la descripción de una cara y un marco contextual, ya que no lo pude exponer en la clase. Espero les guste nos vemos pronto! Saludos! Jazmín.


Aquella anciana


En esta casa de antaño todo artilugio parece tomado de un cuento de terror, pero hay algo que se roba toda mi atención y es ese retrato de marco dorado que sobresalta en la sala. Éste es un primer plano de la muerte misma si tuviera cara. Esos ojos grises de mirada fulminante, que tanto odio demuestran, me dan escalofríos. Su nariz respingada con una verruga marrón inevitablemente me remonta a historias infantiles sobre brujas. Su boca fina y rosada se encuentra tan apretada que pareciera que aguantara miles de palabras. Pero luego su pelo despeinado, ya teñido a blanco por el tiempo le quita la seriedad lograda por sus gestos. Hasta el día de hoy solo la observo en el anonimato, jamás me anime a preguntarle a la familia quien era aquella anciana tan particular.

jueves, 14 de julio de 2011

LECTURAS Y TAREAS PARA LA VUELTA EN AGOSTO

La consigna para la vuelta al taller (el día miércoles 03/08) es leer LA MUERTE DE IVAN ILICH de León Tolstoi.
Dejo un link para leerlo o bajarlo directo:

La otra consigna es traer propuestas sobre como mejorar el taller.
Nos vemos

UN ARBOL DE LA PLAZA

Vinieron hace mucho tiempo, pasaron varias estaciones frías e iguales desde aquél día. Sé que fue después de dar a luz a los hijos –eso sí me lo recuerdo bien – una madre jamás olvida a los suyos. La lluvia y los vientos de esa temporada fueron furiosos como siempre, y como siempre, arrancaron los últimos restos de pellejo que quedaban entre mis brazos. Se los llevaron lejos, más allá de los farallones de piedra que rodean este valle que habito y engordo.

Cuando no quedaron rastros en el suelo de esa piel – mi piel – reseca por el Sol y las heladas, aparecieron por detrás del roquedal montados en sus bestias y dispuestos a todo. Me treparon confianzudos y cachacientos, colgándose de mis brazos y mis manos, con la fruición de las orugas en el tiempo del brote tierno; pero a diferencia de ellas lo hicieron con mandíbulas inmensas asidas entre sus patas. No hubo defensa posible. El jugo cerril de mis venas, que espanta sin miramientos a otros gusanos y a otras plagas, no hizo mella en esos monstruos de otro mundo. Una a una desgajaron mis falanges más prometedoras y suculentas. Las amontonaron a mis pies en grandes parvas, como nidos. Por fin, cuando la lluvia persistente de la estación fría las aplastó contra el suelo, volvieron con sus animales de carga y se las llevaron a la rastra a través de las quebradas.

Después de la mutilación, la pesadumbre y la quietud adormecieron mi carne hasta el borde mismo de la muerte. La restauración fue lenta, imperceptible al principio; un letargo interminable, a medias entre el sueño y la agonía, como el que sobreviene después de una sequía prolongada o del granizo que arrebata de las manos a los retoños todavía por nacer.

El primer indicio de la vuelta a la vida me lo dieron los pájaros que trajeron bajo sus alas la brisa tibia de la estación del Sol. De pronto, los muñones oscuros y encallecidos se erizaron de dedos verdes y jugosos que apuntaban al cielo como manos angurrientas ávidas de luz y calor. En pocos días, el manto verde de mi nueva piel brilló espeso bajo el Sol. Se llenó con el viento promisorio de la mañana; y así, henchido, poderoso, hizo crujir otra vez a mis brazos anquilosados bajo esa sombra, mi sombra.

Un torrente cálido me recorre por dentro, ahora; es la sangre que fluye con furia otra vez por mis venas; abriendo cauces en la carne cristalizada que se reintegra al río de la vida; rezumando resina a través de los poros, yendo y viniendo, incansable, de los pies a mis manos.

Un día, lo sé, reventará un embrión entre mis dedos y luego otro y otro. Luego, maduraran a un tiempo. Para entonces, cientos de mis ovarios anhelantes abrirán sus bocas a la brisa de la mañana, la tibia, la promisoria y fecunda, la brisa circular que lleva y trae la vida.

Con suerte, algún día, pronto, saldré en mis hijos a recorrer la tierra.

GABRIEL

lunes, 11 de julio de 2011

PALABRA y CORAZÓN A CONTRAMANO

En dos ruedas, yo;
las flechas se me venían encima.
Se encontró conmigo un varón,
cabeza rapada, de negro.
Sale en bicicleta vuelve de la plaza
montando una cerveza,
antes de irse a dormir.

La esquina más oscura cruzó
la hora menos pensada.

Recibí dos golpes:
mi manubrio al pecho izquierdo;
del suyo, a la sien derecha.
Después, fue esta historia.


MARIA CRISTINA

PERSONAS QUE COMEN

CHINO
Toma unos panecillos de jengibre con sus dedos regordetes.
La otra mano se las ingenia para hacer chasquear dos palitos oscuros decorados con incrustaciones de nácar.
Sonríe tranquilo el semblante de ojos rasgados. Sentado sobre las piernas apenas cruzadas en el tatami, observa la oscilación de los tapices en las paredes laterales.
La primera vez, había pasado por la puerta de ese restaurant con sus compañeros de trabajo. Pero el menú recomendado era demasiado caro y siempre hace calor en lugares colmados de gente. Le habían hablado de la cultura oriental, una parte de su identidad.
Colgados de las paredes, en el delicado bordado del rojo, verde, negro y oro cree ver algún rostro parecido al suyo. Vuelven su mirada al pequeño espejo oval que tiene enfrente para ajustar su impresión.
A su lado, ya está arrodillada una mujer delgada. Su cara blanca y redonda mueve apenas sus labios pequeños, delineados en rojo como una muñeca.
Él sacude su corta coletilla de pelo azabache. Quizá por la belleza de la mesera o por lo que trae entre sus manos: la gran fuente de plata labrada. El recipiente exhala, a medias abierto por el cucharón, olor a la sopa de tortuga que ha pedido.
La cena está servida, parece decir el gesto de ella. Sin articular sonido alguno, destapa la fuente.
Los ojos de él quedan fijos en los trozos que flotan en el caldo rojizo y ocre. Ella comprende. Toma el gran cucharón y lo sumerge hasta el fondo.
El torso del visitante se adelanta; la cabeza y los labios, con un gesto hacia arriba.
La mujer se para, emite un sonido amplio pero conocido.
Él abre su boca. Como un enorme pichón, su abdomen casi cubre la mesa cuadrada y baja.



UNA MADRE

A las seis de la mañana, olor a carne y verdura al vapor. No me pregunto qué día es. El sonido de su radio ha invadido las ganas de dormir. Impide imaginar un café con leche, el pan tostado, queso y dulce.
Quisiera levantarme. Me inclino para darme vuelta y abro la ventana. Pongo un pie en el suelo una hora después.
Sacaré la pausa del grabador porque quiero volver a escuchar la Heroica. Acomodo el desorden de anoche y lavo mi ropa mientras me baño.
Después, leeré mis apuntes de facultad junto a la ventana del comedor. Único lugar donde no llegan los gritos - vermut previo al asado – desde el chalet de enfrente.
Es domingo. No tiene importancia. Cada día a las dos de la tarde, mi madre y la condimentada pechuga en trozos con puré. En algo menos de veinte minutos nadie habrá de notar que se movió o ensució algo.
Unicamente persistirá una mezcla del olor a pollo hervido, refugiado en mi habitación, se emparejará con un aroma a lavanda desinfectante.
Nunca olvida rociar los baños antes de la digestión. Antes de quedarse dormida frente a una película en blanco y negro.

MARIA CRISTINA